Ése es el nombre que recibe el ejercicio que se implanta temporalmente en la Galería José Luis Benlliure. Una exposición abierta que depende de la experiencia del visitante y que cobra sentido durante el recorrido con la interacción de éste.
Sumergirse en este lugar supone hacerlo en un juego de escalas y vacío, aunque éste último no es evidente, tan solo se transita y se descubre. A la escala de la galería le sigue la compresión del interior de la superficie curva, y a continuación un vacío más que se limita por los murales ortogonales. Una vez dentro de la curva, el visitante es consciente de su presencia en un espacio comprimido porque así evocan sus superficies.
En su interior se encuentran dos murales dispuestos de manera paralela, aparentemente iguales y que son el territorio de México, desnudo ante el espectador. El país se materializa tallado en piedra, mostrando una naturaleza antropomórfica a través de la dimensión tectónica de la piedra, pudiendo hacer una reflexión sobre el territorio desde un punto de vista de geografía y no tanto de historia. En el mural opuesto se encuentra el vaciado de la contraparte, resaltando los tramos devastados por fuerzas naturales y antrópicas, que evidencian de manera concreta y material los extremos de la pobreza, los errores humanos y las transformaciones naturales y catastróficas del territorio.
Tocar el mural significa despertar el contacto con la complejidad del territorio, pero también familiarizarse con el lenguaje del arte muralista (fundamental en la historia de México) y recuperar un discurso identitario.
Al abandonar este contacto con el territorio se pueden encontrar dos piezas más, longitudinales y talladas también en piedra: el corte de un mar a otro trazado originalmente por el naturalista Alexander von Humboldt, y dividido en dos secciones, de Veracruz a Ciudad de México y de Ciudad de México a Lázaro Cárdenas.
Para más detalles y conexión con estas palabras, la exposición estará hasta el 17 de agosto en la Galería José Luis Benlliure.