Bajo tierra

Bajo tierra


Lo viejo siempre vuelve, lo podemos ver en cualquier moda, pero en este caso no sé si “viejo” es la palabra, más bien antiguo o milenario, aunque la verdad, nunca se fue del todo, algunos pueblos lo defienden con puños de acero (como cualquiera defendería su patria) porque es prácticamente lo mismo. Es cultura, es estilo de vida, es vivienda y tradición, es arquitectura subterránea.


Un vistazo rápido a la evolución y llegamos al paso del nomadismo al sedentarismo, los primeros habitantes de las grutas no contaban con las herramientas necesarias para modificar el terreno, por lo que, la selección del lugar se tenía que hacer con esmero; no podían faltar las vistas perimetrales, la ubicación cercana a rutas favorables y, sin duda, una buena tierra era indispensable. Al principio excavaban sus habitáculos de un modo sencillo, pero poco a poco todo se tornó en un sistema más complejo. Este tipo de arquitectura troglodita se clasifica a su vez en cuatro: de excavación horizontal, vertical, superficial, y horizontal más vertical. En un abrir y cerrar de ojos la vida se desarrolló, el hombre evolucionó y con él surgieron nuevas tecnologías y técnicas de construcción que generaron un avance en esta disciplina, pero también un problema de cara al medio ambiente.

Un informe de la ONU especifica que para 2050 se espera que el 70% de la población mundial esté viviendo en las metrópolis, ocasionando de esta forma que el terreno urbano sea un recurso cada vez más limitado.

Hoy, la falta de espacio, el clima y el daño al ecosistema han ocasionado una búsqueda desesperada por el regreso al origen, a aquello que nos ha dado vida y que poco a poco hemos descuidado: la tierra, sustantivo y nombre propio. Pero no nos desviemos, la arquitectura subterránea está aquí y esta vez cuenta con todos los avances  para adecuarla a las necesidades del hombre.

Nikolai Bobylev, Doctor en geoecología, ofrece a Container un vistazo a su mente maestra en el tema. “La arquitectura subterránea no es tan diferente en términos de diseño, en cambio, el espacio subterráneo tiene características especiales, una en particular es el volumen; imaginemos un rascacielos, su diseño exterior es muy importante, lo mismo pasa si estamos hablando de un espacio subterráneo, al no tener exterior, todo se concentra en el interior y la importancia de potencializar su diseño al máximo. El reto se encuentra en hacer el interior de un espacio público subterráneo igual de impactante que el exterior del rascacielos, ¿cómo creas la misma calidad en la apariencia?”. En algunas ocasiones y si el tipo de tierra lo permite, el diseño sale prácticamente natural, “los túneles son un ejemplo, pueden ser perfectos por sí mismos si son excavados en roca, ya que estéticamente es un material atractivo (un ejemplo: en las estaciones de Estocolmo no pusieron ningún decorado extra para cubrir la roca). Si, por el contrario, los túneles son realizados en otro tipo de material, tiene que existir alambrado y dejarlo a la vista puede ser muy aburrido, por lo que, por lo general, se cubre con estructuras de concreto, ahí se puede apreciar cómo no es tan diferente con lo que pasa en la superficie, si tienes un edificio monótono lo tienes que vestir de alguna forma”, comenta.

Bobylev, Nikolai. 2009. Mainstreaming Sustainable Development Into a City’s Master Plan: A Case of Urban Underground Space Use.

La altura, un factor fundamental. Normalmente asociamos lo subterráneo con un lugar oscuro, claustrofóbico, por lo que cuanto más espacio exista, más sencillo es acostumbrarnos a él, pero hacer de esto una prioridad no siempre es posible, como explica Nikolai. La excavación conlleva altos costes y el volumen subterráneo se mide en metros cúbicos, sin embargo, conforme avanzamos, la tecnología lo hace con nosotros, y eso hace que la cuantía sea más flexible. “Las estructuras usualmente tienen techos muy bajos y, a menos de que cuenten con factores externos que ayuden a su apariencia, suelen verse desastrosas. Un buen ejemplo es la estación de Tokio, es enorme y aunque su techo es bajo, los largos corredores hacen que no veas el final. Otro ejemplo, otra estación, esta vez en Lisboa, sus techos no son muy altos pero desde arriba entra luz natural”.

Por otro lado, Nikolai Bobylev detalla en uno de sus artículos[1]  las condiciones necesarias para alcanzar la sostenibilidad mediante el uso del espacio bajo tierra: uso racional de la tierra (incluyendo el espacio subterráneo y el desarrollo de infraestructuras sustentables) e integración dentro del Plan Maestro de las ciudades. Implementar este tipo de construcciones podría ser beneficioso y, a pesar de su alto precio de elaboración, cuentan con un bajo importe en cuanto al mantenimiento, pudiendo, además, estar ubicadas cerca de las zonas clave de la ciudad.

No se puede negar que las urbes, día a día, se enfrentan a un problema que con los años se hace más y más notorio: la sobrepoblación. En un informe de la ONU[2] se especifica que para 2050 se espera que el 70% de la población mundial esté viviendo en las metrópolis, ocasionando de esta forma que el terreno urbano sea un recurso cada vez más limitado. En 2030, tres de cada cinco ciudades correrán un alto riesgo de sufrir un desastre natural. “Cada semana 1,4 millones de personas se trasladan a las ciudades”, comentó el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres. “Esa rápida urbanización puede poner a prueba la capacidad local y contribuir a un mayor riesgo de desastres, tanto naturales como provocados por el hombre”. La solución a ese problema descansa en “crear resiliencia” (que las ciudades sean capaces de absorber el impacto de las amenazas, proteger y preservar la vida y limitar los daños, al tiempo que continúan proporcionando infraestructura y servicios después de la crisis), subrayó Guterres, quien añadió que ciudades como Quito, Bangkok o Johannesburgo ya emprendieron ese camino.

Noticias ONU. Tres de cada cinco ciudades corren un alto riesgo de sufrir un desastre natural.

Pero no hace falta irnos tan lejos, en la actualidad los precios de vivienda se disparan cada año y una de las causas se encuentra en la alta demanda. Ciudades como Pekín tienen a parte de su población viviendo en búnkers. En su estudio[3], Annette M. Kim analiza el modelo de renta subterránea de la capital china. De los aproximados 23 millones de habitantes de la ciudad, un estimado millón de personas vive debajo de la tierra, los conocidos como Rat People, ¿las razones? La escasez de espacio, el elevado coste de la vivienda y la falta de hukou (derechos de residencia urbana china). 

Y no solo la sobrepoblación es tema de debate, las condiciones climáticas son otro de los factores a tener muy en cuenta cuando hablamos de vivir bajo tierra. Localidades como Coober Pedy, un pueblo al norte de Adelaida, en Australia, conocido por sus minas de ópalo y sus altas temperaturas (que alcanzan los 50º C), tienen como resultado que el 80% de su población viva en búnkers, gracias a que estos mantienen una temperatura estable y necesitan menos calentamiento y enfriamiento artificial, incluso, en algunas ocasiones llegando a  prescindir de ambos. Otro arquetipo de urbe con temperaturas extremas en invierno, Toronto, necesitada de vías de acceso subterráneas y famosa por su PATH, 28 kilómetros de pasillos subterráneos que conectan los edificios de oficinas del centro con el transporte público, centros comerciales y de alimentación, ofreciendo a sus habitantes combatir el frío mientras siguen con sus vidas. 

Un tema que parece no tener fin, pero que cada vez se hace más presente como solución a diversos problemas. Lejos de constituir una forma utópica de crecimiento, se cristaliza como una  de las medidas más viables y satisfactorias a la expansión urbanística desde el respeto a la ecología del planeta. Para expertos como Bobylev, no se trata de vivir debajo de la tierra, justamente se trata de encontrar el balance, trasladar los espacios que no necesiten luz natural y de esta forma mejorar la calidad de vida tanto para el hombre como para el ecosistema.

ILUSTRACIÓN: VALERIA ÁLVAREZ