Para la arquitecta Rozana Montiel el futuro de la arquitectura está en visualizar la construcción de un ecosistema económico y social a través del espacio. Sus proyectos interconectan todas las escalas, tomando siempre en cuenta el paisaje y el territorio tanto como la atmósfera espacial, siendo éste uno de los mensajes clave que pretende transmitir.
MARÍA ANTÓN: Concepto propio de arquitectura...
ROZANA MONTIEL: Capacidad de imaginar tiempos y espacios. A partir de un plano se leen volúmenes, movimiento, narraciones. Al organizar un espacio y determinar su materialidad, la arquitectura crea ritmos, secuencias, lecturas; atmósferas entre interiores y exteriores; umbrales de luz y penumbra. A mí, en particular, me interesa explorar a profundidad los tiempos del espacio, diseñar estos recorridos a partir de las emociones. Me interesa que el texto espacial, igual que un libro, abra nuevos mundos y experiencias en cada una de sus páginas.
MA: ¿Qué compromisos debe tener un arquitecto con la sociedad? ¿Y la sociedad con la arquitectura?
RM: El arquitecto tiene una gran responsabilidad social. Los espacios que diseña se transforman en construcciones sociales, ya sea que se trate de un proyecto público o privado. Una familia puede encontrar armonía en su nueva casa si tiene espacios de bienestar, o una empresa puede ser mucho más eficiente si sus empleados disfrutan su espacio de trabajo.
Nuestras construcciones generan oportunidades sociales y urbanas. Hacer ciudad requiere del esfuerzo conjunto de actores políticos, profesionales del diseño y de la comunidad. Es una labor cívica que entreteje diferentes capas y escalas de compromiso.
MA: ¿Por qué te decantas por espacios públicos/urbanos?
RM: Fue a partir de un proyecto social importante en Chimalhuacán, en 2007. Arturo Ortiz y yo recibimos el Premio Holcim de Desarrollo Sustentable para hacer investigación de espacio público en periferia urbana con extrema pobreza. El proyecto fue el detonante para investigar y mapear diferentes aspectos de la Ciudad de México.
MA: ¿No hay futuro sin respeto al pasado?
RM: Sí lo hay. Pero hay muchos futuros posibles; cuál vivamos depende de nuestras decisiones. Los cambios ecológicos exigen hacer una revisión de nuestros conceptos pasados para tener un futuro más incluyente. La arquitectura es una forma de pensamiento estratégico que permite soluciones creativas a problemas complejos. La pregunta es ¿qué es absolutamente vital diseñar en un mundo de tiempos y recursos limitados?
MA: ¿Cómo se aprende a construir, Rozana?
RM: Hay muchas formas de construir. Construir va más allá de colocar ladrillos: construimos socialmente, construimos tiempos, realidades. Construimos cometiendo errores y siendo autocríticos. Hay que comprometerse a trabajar muy de cerca a la obra para supervisar procesos y resultados a detalle; aprender de quienes tienen oficio y maestría en la construcción. Hay que tomar riesgos y experimentar con texturas, expresiones y materiales; saber rescatar técnicas vernáculas. Hay que invertir tiempo y recursos en hacer investigación, prototipos y pruebas para tener control de calidad en cada etapa del proceso de diseño. Hay que aprender a leer y resignificar materiales para llevar el diseño a su máxima expresión y refinamiento.
MA: ¿Cómo ser arquitecta hoy en día?
RM: Como arquitecta, creo que las mujeres aportamos una visión distinta del espacio. Bordamos sutileza a través de grandes detalles, tejemos distintas escalas y prestamos atención a la complejidad de lo pequeño. Diría que se hace arquitectura desde la conciencia y la congruencia. Repensando barreras. Con muchísima energía y entusiasmo, sin tirar la toalla en el camino.
MA: ¿Crees que buena parte de la arquitectura está pensada de puertas para afuera?
RM: Sí, pero esto es una inercia de los mecanismos económicos en la profesión. En México hay cada vez más diseñadores que piensan en contenidos; arquitectos y arquitectas que adquieren el firme compromiso de comunicar a sus clientes otras formas de hacer arquitectura.
MA: ¿Cómo se diseña un proyecto con un equilibrio razonable entre valor arquitectónico, utilidad y costo?
RM: Mi principal contribución a la arquitectura es “hacer lugar”. La creación de lugares es el resultado de buscar contenido formal en el contexto: removiendo barreras, transformando la percepción del espacio, abordando el paisaje como el programa, resignificando materiales y trabajando con la temporalidad. En suma, el valor arquitectónico, la utilidad y el costo óptimo convergen cuando preexiste una idea más incluyente del diseño: la belleza es un derecho básico. Más que una decisión estética, el diseño es una postura ética que afecta la vida de cualquier persona.
MA: Decías que redibujar es un modo de transformar la realidad, ¿redibujar también genera comunidad?
RM: Es una estrategia de análisis, una herramienta de diseño que permite repensar procesos. Generamos comunidad a partir de prestar atención a dichos procesos, porque nos comunicamos más con el cliente y los usuarios de un espacio.
MA: ¿En qué edificio te quedarías a vivir?
RM: Viviría en varios, pero el que me viene a la mente de inmediato es el Edificio de Lucio Costa frente al Parque Eduardo Guinle, en Río de Janeiro. Conjunta varios aspectos de la arquitectura que me interesan: planta libre conectada a la ciudad, escala mesurada que procura una vivencia armónica con el exterior, transiciones entre espacios interiores y exteriores, terrazas y celosías que producen umbrales de vegetación y luz.
MA: ¿Qué te enfada últimamente?
RM: La desigualdad. La desconexión entre los procesos de gestión urbanos y la sociedad misma. Ver espacios abandonados que con poco presupuesto se podrían activar. La impotencia de no saber gestionar una solución a gran escala.
MA: ¿Cómo eran tus sueños arquitectónicos de niña?
RM: De niña tenía obsesión por los túneles que te transportaban de un lugar a otro: me gustaba entrar en estos entre-espacios que efectuaban transiciones mágicas comunicando dimensiones. Yo veía en ellos intersticios transformadores que hacían mi imaginación realidad.
MA: ¿Siempre quisiste ser arquitecta?
RM: Siempre quise estudiar algo relacionado al arte debido al coleccionismo de mis padres. Me gusta diseñar espacios, si no hubiera sido arquitecta sería escritora. Para mí la arquitectura es un texto que en sus diferentes expresiones genera patrones, ritmos y narrativas, igual que la tipografía y márgenes de un libro.