Iluminación, belleza funcional

Iluminación, belleza funcional


Tanto la claridad como las sombras son una herramienta más para la generación de ambientes, podemos decir que la arquitectura crea el espacio y la luz lo define. La iluminación interactúa con volúmenes, colores y materiales, y su presencia, bien dirigida, eficienta, embellece, focaliza y apoya en la generación de la atmósfera que el diseño requiera.

Esta materia fugaz, que modela el espacio tridimensional en contacto con sus formas y texturas, tiene la influencia decisiva en la percepción de la arquitectura. Mediante la luz se pueden delimitar espacios, provocar recorridos, realzar zonas funcionales, marcar acentos o crear sensaciones.

La luz, “agente físico que hace visibles los objetos”, y la iluminación, “conjunto de luces que hay en un lugar para iluminarlo”, ambas según la definición de la RAE, se convierten en el punto de partida del alumbrado arquitectónico, que es un conjunto de técnicas de tratamiento de la luz orientadas a iluminar espacios interiores o exteriores.

Un buen diseño e implantación de la iluminación, no solo es el vehículo a través del cual la arquitectura toma vida de noche, sino que se puede modificar de un modo sustancial la percepción que el usuario del espacio arquitectónico pueda formarse de éste;  también puede cambiar un entorno sin necesidad de muebles, separadores, señalizaciones u otros elementos; permite crear sensaciones estéticamente agradables, lo que mejora el confort de sus usuarios; y por si fuera poco, ayuda a optimizar el gasto económico y energético.

La planificación del concepto lumínico en un proyecto debe contemplar las diversas sensaciones que se quieren transmitir acerca del espacio donde se ubican, y utilizar las diferentes técnicas de tratamiento de la luz; como por ejemplo, la luz aliada, que convierte un objeto en el punto focal de alguna habitación; el contraste entre luces y sombras que aporta un dinamismo; o la luz rasante que enfatiza una textura rugosa de una pared, creándose así un juego de luces y sombras.

Y podemos seguir con más ejemplos como el de la luz integrada (la tecnología LED es un buen recurso) que ilumina y delimita sin recargar el espacio con lámparas; la expansiva, con luces que se proyectan desde el techo, elevan la mirada y proporcionan sensación de altura; la flexible, que está formada por varias fuentes, imprescindible para ahorrar energía al permitir que se encienda solo una luz para cada actividad, o la regulable, que tiene la doble ventaja del ahorro energético y la posibilidad de recrear varios ambientes a partir de una sola luminaria; la segura, que ilumina recorridos como el de una escalera de manera sutil y sin incomodar la vista colocando lámparas empotradas en la parte baja del muro; la jerarquizante, que dependiendo de la dirección e intensidad de la luz determina el orden en el que va fijando la atención el ojo.

La ambiental, que genera una atmósfera agradable sin ser la principal fuente de luz (la luz tenue suaviza el ambiente); la socializante, que favorece la convivencia con una iluminación homogénea, que no propicie la creación de rincones o áreas privadas y que permita a cada persona percibir la globalidad del espacio; la sutil, ideal para alargar las sobremesas; la biodinámica, que produce estímulos neurofisiológicos (para el reposo, bienestar o capacidades cognitivas) similares a la luz del sol; la estimulante, que incita a la actividad utilizando luces blancas de espectro total o enriquecidas en azul, o la relajante, que favorece el descanso a través de las luces cálidas de menor intensidad y sin azul en su espectro. En fin, multitud de opciones en donde el mejor proyecto lumínico y de ambiente se logra mediante la combinación planeada de los diferentes tipos de luz de los que se dispone.

La clave para que un espacio sea acogedor y funcional está en la mezcla de tres tipos de iluminación: general, ambiental y funcional. El proceso de diseño primero debe tener en cuenta el tipo de actividad que se realizará en el espacio, la cantidad de luz requerida, el color y temperatura de la luz que se debe utilizar. Después, la distribución de la luz en el espacio a iluminar, sea exterior o interior. Y finalmente, se incluyen las luminarias, tipos de lámparas y sistema de control.

La iluminación arquitectónica debe llamar la atención, pero no quitar protagonismo al propio espacio. El desarrollo de un proyecto que trasmita diversas emociones de algo integrado en el ambiente necesita que la iluminación acompañe a la arquitectura, al objeto.

La luz artificial ha dejado de verse como una simple herramienta utilizada, exclusivamente, para proveer la cantidad de luz indispensable que permite ejecutar una actividad funcional. La iluminación se ha convertido en un recurso artístico y una herramienta multifacética, la cual trasciende en el plano estético más allá del funcionamiento.