Construir con agujas

Construir con agujas


La Academia Francesa de Arquitectura destinó la Medalla de Oro Palmarès a la trayectoria de Mauricio Rocha y Gabriela Carrillo. De aquí parte la conversación. Atraviesa por el interés de este par en una arquitectura desapercibida, pero con una postura política. Se habla de la dignidad en el habitar y de las crisis que hoy nos deforman. Gabriela recuerda a Pina Bausch y Mauricio, el trabajo de Tarkovsky.

La forma, dice Rocha, es lo último importante en la arquitectura. La forma tampoco figura en esta plática.


NURIA OCAÑA: ¿Qué ha cambiado en su perspectiva sobre la arquitectura desde que inician al día de hoy?

MAURICIO ROCHA: Yo tenía cierta reticencia a estudiar arquitectura. La comparaba con otras artes, que también me interesaban, en las que el proceso creativo no depende de una propuesta económica o de un cliente. Pensaba que la arquitectura era un personaje que no se atreve a hacer de artista; que vive el arte de una manera, pero termina siendo corporativo. Pero a lo largo del tiempo, al estudiar, al hacer la primera casa… descubrí que el proceso creativo es algo que se decide y que la libertad al crear es una disciplina que se tiene que adquirir. Tiene un precio. Implica hacer un despacho, un taller, diferente; en el que hay una prioridad por la parte creativa. Pero eso delinea el perfil de tus clientes.

En el equipo hay un diálogo constante sobre cómo hacer una obra. Sacar conclusiones nos lleva mucho tiempo y eso nos ha hecho entender que la forma es lo último en la arquitectura. Es una consecuencia de lo más importante, que es la disciplina. Este oficio radica en meterse a profundidad. Entonces, es factible que la arquitectura sea un trabajo autoral, que sea una reflexión sobre este mundo interior que intentamos traducir en cada obra, como pasa en otras artes.

GABRIELA CARRILLO: En mi caso particular, al revés de Mauri, siempre quise ser arquitecta. Lo que sin duda se ha deformado es lo que significa hacer arquitectura. La realidad ofrece un enfoque en el que ser arquitecto significa construir edificios, levantar muros, erguir. Para mí, esa condición se ha desmaterializado. Hacer arquitectura se conecta más, probablemente, a no tener que hacer casi nada, a deshacer para construir.Al final, esto tiene que ver con lo que dice Rocha, hay un espíritu profundo que persigue el espacio. La construcción espacial es una manipulación de lo que ya existe. Es voltear, observar un lugar y entender con qué menores actores puedes hacer esa articulación, esa transformación para que el hombre lo habite.

Ahí encuentro un universo de diferencia contra esa visión, quizá más capitalista, sobre tener que erguir algo. Es lo contrario. No ver la luz, ver la sombra, no ver el muro construido, sino el hueco que queda para llegar a otro lugar. Eso ha sido un cambio dramático de cuando comencé a estudiar arquitectura, hace más de 20 años.

MR: Y para que no nos condene un estilo, que siempre es un riesgo, hemos aprendido que uno de los grandes caminos es despegarse en cierta medida del gremio. Hay una relación muy fuerte con nuestros amigos arquitectos; pero si logramos tener una conexión con otras áreas de conocimiento, la discusión es más profunda. Nos interesa lo intangible, que es la experiencia misma, y para eso buscamos escuchar desde la filosofía, la literatura, desde otras ciencias.

Saint-Exupéry decía que atrás de cada hombre, veía un Mozart. Es esa creatividad, llámese arte o no arte, lo que la sociedad requiere para ser distinta. -Mauricio Rocha 

NO: ¿Cómo se promueve la conciencia de la dignidad de espacios?

GC: Cuando pienso en cómo comunicar el valor de la dignidad espacial como una máxima que todos deberíamos perseguir, es fundamental hablar del carácter de la obra pública y privada. Hacer obra pública nos ha permitido observar una diversidad de mentes, de formas de vida, de lugares.

Cuando hicimos el mercado de San Pablo Oztotepec, en 2001, el cliente no era el gobierno, sino el locatario. Todas las juntas y aprobaciones dependían del locatario. Era divino. No teníamos que buscar respuesta de un delegado, sino del pollero, del carnicero… Fue fascinante ver cómo a nosotros nos preocupaba cómo nuestro trabajo, la arquitectura contemporánea, iba a ser digerido por gente que tiene otro tipo de formación; mientras sus demandas eran que los olores tuvieran vías de escape, que la lluvia no entrara, que el viento no se llevara la estructura… Teníamos que dirigir nuestra preocupación hacia otro sitio. A ellos no les interesaba si era contemporáneo, tradicional o no. Había una serie de valores fundamentales para ellos que, al tiempo, necesitas reconocer.

Al hacer juzgados penales, hablamos con jueces que nos pedían un espacio de tránsito en el que no pasaran frente a los acusados por miedo a que les arrojaran cosas. Aquí la dignidad se refleja en las articulaciones que debes diseñar porque no se sabe si el acusado es inocente o culpable, o si el juez está siendo perseguido por su familia.

Trabajar en proyectos de cualquier carácter, en cualquier sitio, te abre una visión de cómo aproximarte a esto tan fundamental, que es la dignidad. Como seres humanos tendemos a acostumbrarnos a cosas mal hechas, pero es evidente el momento en que se restituye el principio básico de habitar, olvidado por la cotidianidad, por la densidad, por la ciudad misma.

MR: El cliente siempre te plantea un programa, pero tú terminas de construirlo junto con él. Los tránsitos que reconoces y que sumas son los que hacen una buena arquitectura, y así entiendes que la arquitectura debe tener una postura ética y política.

En el momento que adoptamos una postura, entendemos que la arquitectura debe defender la dignidad en el habitar de cada persona. Esa es su importancia. No se ve; pero es lo que tenemos que defender a muerte.

Nos interesa el riesgo de que la arquitectura pase desapercibida. Entonces, ¿cómo haces que la gente sea sensible a esta dignidad? ¿Por qué debe voltear a ver a un edificio que pasa desapercibido? En nuestra experiencia, la gente que habita un sitio y se conmueve, lo comenta, lo recomienda. No te habla de ir a ver una columna o un arco, sino de ir a ese lugar porque se habita bien.

Si logramos transmitir eso, estamos sumando a lo que la sociedad civil debe hacer en todas las ciudades, que es pelear para que los espacios sean dignos.

En cada obra suma la deformación del tiempo, el tránsito con el que compones. Las materias primas de la arquitectura son el espacio y el tiempo. -Gabriela Carrillo

NO: ¿Qué transformaciones arquitectónicas exige la sociedad de hoy?

MR: En algún punto leí que las buenas ideas dejan de serlo y pasan a ser un problema cuando se vuelven algo comercializable. El tema de la sustentabilidad, por ejemplo, es un tema fundamental a lo largo de la historia. Hoy día es algo de lo que se discute, la gente es consciente de ello; pero cuando la sustentabilidad se vende en tiendas, entonces se superficializa y deja de cumplir su verdadera función. Se venden muros verdes estúpidos que no sirven para nada, cuando en realidad debes construir la oxigenación de la ciudad, para lo cual hay muchas formas de hacerlo.

GC: Y sin duda hay una mudanza. Las necesidades de la posguerra en el siglo pasado orillaron a dinamizar el modernismo y a tener una visión propia. Lo interesante es que, al final, la arquitectura también es un manifiesto de lo que está sucediendo social, política y económicamente. En esa línea, siempre hay más pensamientos que movimientos. Es la misma forma de actuar la que te hace moderno. Es decir, no es arquitectura moderna, es que hay una modernidad como principio. Hay una deformación obligada.

Una de las condiciones que hoy dominan es la velocidad con que viaja la información. Gropius decía “si yo hubiera conocido la arquitectura japonesa, lo que hubiera hecho sería completamente distinto”. Ahora la comunicación, los medios, la accesibilidad, la inmediatez, deforman de manera natural el medio.

También está el hecho de que vivimos en crisis. Ya no es la crisis de la Guerra Fría, es la crisis del medio ambiente, de los valores sociales. Probablemente nosotros (México) lo tenemos muy fresco porque vivimos en un país en crisis constante. Mira la obra que se hacía 20 ó 30 años atrás en Europa, con dinero, con recursos, en donde hay una voluntad de exagerar y obviar cosas; mientras aquí de lo que se depende es de la inteligencia. ¿Sólo tienes tres pesos? ¿Cómo construyes la dignidad con tres pesos? ¿En dos días? Aquí siempre hay un problema de tiempo, de dinero, de normativas. Esa crisis que es cada vez menos local y más global, te orilla a tener una visión diferente de la modernidad.

MR: Algo muy interesante, como dice Gabriela, es que la crisis del mundo occidental del 2008 hasta ahora, tanto en Estados Unidos y luego en Europa, hizo que se repensara el hacer grandes edificios para transformar las ciudades porque se acabó el dinero.

Toda esa generación de arquitectos no sabía qué hacer frente a esta situación. Nosotros en México, América Latina, África, Asia, hemos trabajado con el músculo de la crisis. No es sorprendente que hoy, en el primer mundo del lado occidental, estén tan interesados en la arquitectura que hemos hecho con tan poco presupuesto.

Esto vuelve a que lo intangible, la experiencia, tiene que ver con el pensamiento, con la reflexión y no necesariamente con el dinero. Quizá la crisis es buena en ese sentido; porque, mientras no se comience a vender en tiendas, logra el repensar. Se trata de ordenar para que suceda. Son países con una pobreza tremenda, pero con una gran dignidad cultural, que cuando se contaminan de toda esta cultura occidental, se empiezan a deformar y a olvidar las cosas que funcionaban bien.

La construcción de los nuevos pueblos, de los nuevos barrios, no debe olvidar la dignidad que, muchas veces, ya se ha logrado; debe poder transportarla a esa nueva visión.

NO: ¿Es difícil mantener este respeto bajo los valores que predominan hoy?

MR: Bueno, hay que entender que el 95% de la arquitectura a lo largo de la historia no es hecha por arquitectos, sino por las mismas personas. Como las abejas hacen sus colmenas. La construcción es una condición orgánica. Y la autoconstrucción, en muchos casos, crea lugares tan maravillosos como los que sucedían anteriormente.

Como arquitectos, tenemos que aprender a no querer hacer todo. Olvidarnos de esa estúpida idea de la modernidad, de hacer una ciudad completa y controlada. Tenemos que entender que a nosotros nos toca hacer las acupunturas. Pero que para ejercer la acupuntura, como sucede en esta medicina oriental, se necesita conocer el organismo completo y tocar solamente ciertos puntos para que los flujos sucedan.

Hay una gran necesidad de hacer poco, como decía Gabriela, pero ese poco requiere mucho tiempo de pensar. Así te vuelves cómplice de la complejidad orgánica de una sociedad. Por eso la imposición de la arquitectura no puede suceder. Pero, ¿cuántos arquitectos hacen eso? Son muy pocos porque implica tiempo que nadie te paga y que va contra la idea de la arquitectura que se vende en tiendas.

NO: Si hoy no hicieran arquitectura, ¿a qué se dedicarían?

MR: Fue una fortuna que en la universidad uno de mis profesores, Humberto Ricalde, tampoco quería ser arquitecto, quería ser literato. Yo quería hacer cine. Luego hice fotografía, me metí en el arte contemporáneo... He tocado muchos lados que tienen que ver con la parte creativa; pero la arquitectura me ha llenado.

Estoy convencido de que si uno es cineasta, arquitecto, fotógrafo, escritor… el contenido será el mismo, porque es resultado de la investigación que tiene atrás. Es los libros que lees, lo que observas, donde caminas, con quién platicas, lo que reflexionas; y lo único que cambia es la herramienta. Aquello que te es más útil para poder decir y aportar.

Lo que más me gustaba en estas disciplinas, el eje, era la construcción de atmósferas. Y eso no variaría, incluso si hubiera hecho cine a la Tarkovsky.

GC: Yo coincido en esa esencia básica de la construcción espacial. Pienso en las cosas que me causaban fascinación y quería ser bailarina obsesivamente. Hoy veo el trabajo de Pina Bausch, por ejemplo, y ahí hay una construcción de espacio poderosísima que me emociona y conecta con lo que hago.

Mi otra adicción es la moda y allí también hay puntos comunes. La capacidad de usar el cuerpo como un espacio de expresión, de poner elementos que lo deformen, que transforman tu estética, tu proporción, que lo vinculan con el medio en que se encuentra. Aquí, igual hay una construcción muy fuerte. Es el mismo principio pero, en mi caso, llevado una escala corpórea.

En 2012, el taller que comenzó Mauricio se convierte en una firma entre ambos arquitectos, Taller de Arquitectura Mauricio Rocha + Gabriela Carrillo. Su asociación lo mismo desarrolla proyectos públicos y privados, que museografías, obras temporales e intervenciones.

Fotografía: Luis Garvan